Microrelato: Sapos

Tiempo aproximado de lectura: menos de un minuto.
     Había una vez una princesa a la que le gustaba besar sapos. Cada vez que veía uno se le iluminaban los ojos, lo recogía y lo cubría de ósculos hasta el cansancio. La chica no andaba en búsqueda de un príncipe, ni siquiera creía en los cuentos de hadas, simplemente era adicta a las sustancias alucinógenas que aquellos batracios manaban de su piel.

Relato: La adicción de la Señora Gómez

 
Tiempo aproximado de lectura: 3 min.
     Aquella tarde el elegante restaurante argentino estaba atiborrado de gente. En una de las mesas del centro, la Señora Gómez, junto con tres de sus amigas del club de lectura de la tercera edad, observaba orgullosa las señales y los letreros que indicaban que se prohibía fumar; eran sus trofeos predilectos. Como una de las principales activistas que había logrado la recién aprobada ley antitabaco, nada la hacía más feliz que mantener alejados a aquellos repulsivos tacos de cáncer.

Relato: La Chica Bicho

Tiempor aproximado de lectura: 3 min.

     —¡Jessica, detente por favor, esta locura debe terminar ahora! ¡Esa droga rejuvenecedora aún es experimental y no debiste abusar de ella! —dijo el científico que se encontraba herido y tumbado en el suelo.

Relato: La Ruleta

Tiempo aproximado de lectura: 3 min.

     Los cinco jugadores –cuatro hombres y una mujer– se sentaron formando un círculo, como canicas de distintos colores y diseños acomodadas en la tierra por la mano de un gigantesco niño divino. 

     El rubio, organizador del juego, insertó la bala en el tambor del revólver y lo hizo girar, emitiendo un sonido parecido al aleteo de una avispa mecánica y enfurecida. Detuvo el giro del cilindro con la palma de la mano y cerró el arma con rapidez, produciendo un tronido macabro que pareció horadar el suspenso que envolvía el ambiente.

Relato: Electricidad

Tiempo aproximado de lectura: 4 min.


      El amanecer del día equis fue aún más doloroso que todos los anteriores para Daniel, un oficinista y escritor frustrado que pronto dejaría de escribir. Cada vez que la luz del sol entraba por la ventana para azotar su rostro, era la confirmación que de nuevo había sucedido lo que más temía: seguía vivo. Esto le resultaba doloroso, ya que por las noches se concentraba en lograr, de alguna manera, que su corazón se detuviera. Quería desaparecer, dejar de ser humano y convertirse en algún tipo de energía, quizá electricidad, y así comenzar a fluir entre los circuitos de los aparatos electrónicos, o simplemente flotar y elevarse hasta quedar adherido a una nube. Sí. Nada de alma ni nada de conciencia, mucho menos vida eterna. Para el deprimido la nada era la única paz concebible.