Relato: Ingrediente secreto

Tiempo aproximado de lectura: 2 min.
—Hola, ya vine?
—¿Cómo te fue, mi amor?
—Como siempre.  ¿Ya está lista la cena?
—Por supuesto, cariño. ¿Vienes de mal humor?
—Lo obvio no se pregunta.  ¿Pasaste a la lavandería?
—Sí, cielo. ¡Je, je, je! El jueves me entregan tu vestido.
—¿De qué diablos te ríes? Bueno, ¿y lo demás? ¿Me compraste lo que te pedí?
—Sí, pero no encontré manzanas verdes en el supermercado del centro, únicamente había rojas.
—¿Y no se te ocurrió pasar a otro lado a buscarlas?
—Lo siento, pero no me dio tiempo, tuve que hacer otra diligencia…
—¡Es el colmo!  En mi trabajo tengo un montón de responsabilidades, si hay alguien a quien le falta el tiempo en esta vida es a mí…
—¡Perdón, amor, es que…!
—Pero siempre me las arreglo. Yo me sé organizar, ¿sabes?, y por lo mismo siempre  cumplo con mis obligaciones…
—Yo sé que te mantienes muy ocupada en el trabajo, cariño, pero las tareas de la casa, aunque no lo parezca, son…
—¡Eres un inútil! No necesitas darme más explicaciones. Bien me lo decía mi madre: “Si te casas con ese bueno para nada vas a terminar en la ruina”.
—Cariño, no seas injusta, organizarte el armario me llevó mucho más tiempo de lo que calculé…
—¡Cállate! No me vengas con excusas. Ya quisiera yo poder responderle a mi jefe con excusas. ¡Ja! Me pondría de inmediato de patitas en la calle.  Pero no, yo soy responsable, en eso somos completamente opuestos. Si no fuera por mí seguiríamos alquilando.
—Compramos esta casa juntos, cielo, no seas injusta. Pero, ¡vamos!, no te enojes. Por única vez no discutamos, al menos esta noche, ¿sí?  Te lo ruego.
—Esto no es una discusión, es una reprimenda de mí hacia a ti. Tú no tienes cojones para discutir, eres un cobarde, por eso todo el mundo te pasa por encima.
—Relájate, por favor…
—Es que hasta venir a relajarme a mi propia casa es imposible sabiendo que tú estás aquí para cagarte en todo.
—Está bien, de acuerdo, la cagué,  tienes razón. ¿Me perdonas? ¡Mira, te hice un chocolate!
—Tú crees que todo se arregla siempre con una simple disculpa, ¿verdad?
—Con una simple disculpa y un pequeño detalle. Vamos, ¡pruébalo!, te va a gustar. Le puse un ingrediente secreto.
—¿Ingrediente secreto? No apeles a mi curiosidad para distraerme, eso no te va a salvar…
—A que no adivinas cuál es.
—Ok, déjame probar...   ¡Mmmh! No está del todo mal,  pero no le encuentro nada diferente. ¿Cuál es ese ingrediente secreto del que hablas?
—Ah, nada del otro mundo, tuve un antojo y pasé por la pescadería de Taro Mifune, vi una cosa que me recordó algo que leí en El asesino hipocondríaco, la novela de la que te hablé el otro día, y…
—¡Ay, ya! ¡Al grano! ¿Qué le pusiste?
 —Bueno, conseguí un fugu al que le saqué, con un poco de ayuda de la Internet, algo de  tetrodotoxina que luego eché en tu chocolate.
—Y eso… ¿qué significa?
—¡Que te vas a morir, hija de la gran puta!

2 comentarios:

  1. weiss dijo...

    Jejejeje, qué mala leche. Está curioso el relato :)

  2. Me alegra que te haya hecho reír, Weiss. Espero que opines que está curioso en el buen sentido. Jejeje. Muchas gracias por leerlo y dejarme un comentario. Saludos.

Publicar un comentario