Reseña: La chica de al lado.

Tiempo aproximado para leer la reseña:  8 min.


Título: La chica de al lado.
Autor: Jack Ketchum.
ISBN: ----
No. de Páginas: 320

Sinopsis:

"Los suburbios en una ciudad cualquiera de los Estados Unidos en los años 50. Calles sombreadas, con el césped bien cortado, árboles en líneas perfectas y casas acogedoras. Un lugar tranquilo y bonito donde crecer, siempre que no seas la adolescente Meg o su hermana tullida Susan. 

En una calle sin salida, en un oscuro y húmedo sótano de la casa Chandler, Meg y Susan, cuyos padres han muerto, están cautivas a manos de una tía lejana que está cayendo progresivamente en la locura. Una locura que está trasmitiendo a su familia, y finalmente al barrio entero". 

"Este libro me dejó conmovido, dolido, sobresaltado y horrorizado. No es divertido ni amable, pero es auténtico" (Cemetery Dance). 

"Una de las lecturas más inquietantes en la historia de la literatura de terror. Sí, de toda la historia" (Rue Morgue). 

"Jack Ketchum es uno de los mejores y más consistentes autores americanos de la ficción contemporánea de terror" (Bentley Little).


     “¿Quién es el tipo más aterrador de EE.UU.? Probablemente Jack Ketchum – Stephen King”.  Con esta cita (solo que en inglés), de uno los escritores estadounidenses más famosos de terror al que algunos consideran un maestro del género, a manera de eslogan, presenta su sitio web Jack Ketchum. Pero, ¿quién es este escritor malencarado con un apellido que nos hace recordar la famosa salsa de tomate (realmente se trata de un pseudónimo, pues su verdadero nombre es Dallas Mayr)?  ¿De dónde salió?  Quizá los verdaderos fans de la literatura de terror lo sepan de sobra, y yo en este momento esté quedando como un completo ignorante ante ellos al plantear estas preguntas.  El meollo del asunto es que, para los que no lo sepan, Jack Ketchum lleva bastante tiempo en esto de escribir historias terroríficas: a la fecha, en su sitio web, se pueden contar 42 libros;  ha ganado varias veces el premio Bram Stoker y algunas de sus historias han sido adaptadas a la pantalla grande.  De hecho, fue gracias al cine que descubrí a este talentoso autor.  

     El año pasado, leyendo varios blogs relacionados con películas de miedo,  encontré bastantes referencias, y reseñas muy controversiales,  acerca de una película llamada The Woman (La Mujer). Morboso como soy, no aguanté la curiosidad y me puse a buscar la película, la vi y me pareció buena.  Al final, en los créditos (soy de los que se toman la molestia de leerlos), me sorprendí al notar que estaba basada en una novela (odio cuando me entero que una película que me gustó está basada en una obra que aún no he leído, siento que me he deleitado con un resumen o una modificación de la historia original). Busqué al autor, llegué a su sitio web, vi la frase de King y pensé: “Si un tipo muy reconocido por su especialidad en el terror,  que lee entre 70 y 80 libros al año, dice tal cosa de otro tipo que escribe más o menos de lo mismo, ha de ser por algo”.  Me puse entonces a buscar por todos lados un libro de Jack Ketchum y el único que pude conseguir fue La chica de al lado (que también ya fue adaptado a película en el 2007, pero esa no la recomiendo en absoluto). No sé cómo serán sus otros libros, pero consideré este hallazgo fortuito pues la novela me ha parecido brillante y,  en especial, ¡sumamente aterradora! Me atrevería a decir que es la novela que más me ha asustado hasta la fecha.  Y algo que te conmociona de esa forma no te puede dejar indiferente.  Por lo mismo, decidí hacer esta reseña, que es la primera que hago en mi vida.

     La chica de al lado es una historia contada en primera persona por un sujeto llamado David, a manera de confesión o desahogo, 30 años después de cuando sucedieron las cosas en 1958. Al principio, como divagando, hace algunas referencias del significado del dolor, basadas en las opiniones de sus dos exesposas, y luego se centra en los sucesos que lo dejaron  marcado de por vida remontándose a su niñez, cuando él tenía apenas 12 años y vivía en los suburbios de una ciudad cualquiera.  Narra la forma en que súbitamente conoció, junto a un arroyo,  a Meg Loughlin, una bella huérfana neoyorquina, pelirroja, quizá dos años mayor que él,  que junto con su pequeña hermana Susan,  tras un accidente automovilístico que acabó con la vida de sus padres y dejó a la segunda en muy malas condiciones, acaban de mudarse con sus familiares, los Chandler (la tía Ruth y sus hijos: los hermanos Willie y Donny y el pequeño Ralphie al que apodan Ladrador), que casualmente son los vecinos de al lado de donde vive David.

     A partir del encuentro con Meg, nos vamos enterando poco a poco de más detalles de la vida de David, como el hecho de que sus padres ya no se llevan bien;  de su relación con Donny, el más inteligente de los chicos Chandler,  quien prácticamente es su mejor amigo;  del gusto que siente por Ruth, a quien, a pesar de encontrarla un poco resentida y desequilibrada, considera una mujer relativamente bella para su edad, amena a su modo con sus hijos, otros chicos del vecindario y él, al punto de parecer una miembro más de la pandilla;  de la intriga que le provocan las recién llegadas hermanas Loughlin, de la atracción que siente por Meg y la compasión que le inspira la pobre y frágil Susan, que se está recuperando de varias fracturas de la cadera para abajo y que apenas puede caminar usando correctores.  También nos enteramos de la dentera que le provocan a David otras personas como Eddie y Denise, dos hermanos lo suficientemente chalados como para querer mantenerlos lejos,  que parecen ser víctimas de los golpes de un padre borracho; y del algo perturbado hijo más pequeño de Ruth, Ralphie, el Ladrador, quien gusta de torturar pequeñas criaturas y de derretir soldaditos de juguete en el incinerador.

      Al más puro estilo de aquella famosa serie de Los años maravillosos,  David nos cuenta sobre sus gustos,  su curiosidad por el sexo, sus ocurrencias, travesuras, pensamientos e iteraciones con los demás chicos, incluyendo un encuentro medio romántico que tiene con Meg en el Carnaval que tanto le gusta. 

       Los chicos del barrio, conformados por los personajes anteriores y otros más, guardan un pequeño secreto que gira alrededor de un curioso Juego en el que, a pesar de tener algunas reglas, no hay límites para el castigo que se le aplica al perdedor y, por lo tanto, una que otra vez la cosa se les ha ido de las manos. En su furor de adolescente se menciona el deseo de Donny de incluir a Meg en dicho Juego.

    Todo hasta ese punto parece muy normal e inclusive resulta un poco aburrido. Lo interesante se da cuando empezamos a saber de los enfrentamientos que se dan entre la chica nueva y su tía Ruth,  quien hasta ese momento no parece más que una mujer frustrada por el abandono de su marido y por el desperdicio de su juventud debido al cuidado de sus hijos. Con reacciones impredecibles e inusuales para imponer disciplina de una manera exagerada, que más parecen indicios de locura, Meg y su hermana comienzan a ser marginadas y maltratadas por Ruth y sus hijos.  

   David, que pasa mucho tiempo en casa de los Chandler, nos va contando cómo paulatinamente,  sin una razón obvia aparente,  Ruth comienza a atormentar a Meg, dándole poder a sus hijos sobre ella y en ocasiones utilizando a Susan como rehén para doblegarla.  Todo va in crescendo. En un instante determinado, el pequeño Ladrador le habla a su madre sobre el Juego,  y eso parece darle ideas a la perturbada tía para hacer que su dominio sobre la pobre Meg, en el que usa a sus hijos como peones para ejecutar sus perversas ocurrencias,  se vuelva total. Ese desarrollo es tan grotesco y abrumador que la historia deja de ser un cliché de la relación entre Cenicienta, su madrastra y sus hermanastras para convertirse en el más angustiante horror. Pronto, el número de torturadores  crece y va más allá de los Chandler, como si la locura fuera una enfermedad altamente contagiosa.

     La chica de al lado no es solo una historia de maltrato a menores,  ni un acercamiento a lo que pueden hacer uno o varios psicópatas actuando colectivamente, es también una representación de lo que constituye una ambigüedad moral, pues David, al principio, a pesar de que jamás participa de las torturas que le infringen a Meg, no puede contener su morbo y se siente fascinado por la sensación de poder (en este caso el de someter a alguien a voluntad),  un poder que podría corromper a cualquiera en el momento en que se pierden los límites y la parte más primitiva y oscura de nuestro ser sale a jugar por tiempo indefinido.  

    ¿Es tan culpable el que comete un crimen como el que lo presencia y no hace nada al respecto?  Este es el dilema en el que nos sumerge la trama de esta obra, y es también el principal remordimiento de conciencia que atormenta a David.  En algún momento nos convertimos en él, nos quedamos atrapados en su situación, y a pesar de que a nuestro alrededor ocurren cosas espantosas que no queremos ver,  algo en nosotros hace que no podamos dejar de verlas.  Y créanme, en esta historia es mejor sentir empatía con David que con Meg.  Quien se quiera poner en el lugar de ella quizá no será capaz de terminar la novela.  

     Este libro de verdad me hizo sufrir: me enfureció, me asqueó y me retorció por dentro. Tocó uno de mis temores superlativos: el miedo a lo que ciertas personas son capaces de hacer y a esa certeza de que existen individuos que parecen clase aparte, que no tienen el más mínimo atisbo de consciencia, que gozan con el dolor ajeno más allá de la definición de sadismo y que no parecen entender las consecuencias de sus actos.  Esto no se trata de zombis, vampiros, demonios ni espíritus; tampoco sobre tramas inverosímiles o ridículas como las películas de Saw. Es la realidad (de hecho, la novela está basada en un suceso real: el caso de abuso y asesinato de Sylvia Likens). Todos podemos tener, sin saberlo, vecinos como los Chandler, que a simple vista parecen normales, y en cualquier momento nuestros seres queridos o hasta nosotros mismos podemos terminar siendo víctimas de “gente” de este tipo. Yo, que vivo en un país tercermundista, uno de los más violentos del mundo, puedo constar que las atrocidades que cometen los personajes como Ruth en esta novela,  que me hizo pensar en la madre de Carrie (el personaje de la primera novela publicada por Stephen King) como una caricatura, suceden, y a lo mejor en grados que ni el mismo Jack Ketchum o yo somos capaces de imaginar. ¡Las cosas que llegaría a escribir este autor si le hubiera tocado vivir en Guatemala!

     ¿Quejas de la novela?  Pues… no muchas en particular.  A pesar de que el estilo del señor Ketchum es bastante fluido en general, algunas de sus explicaciones (no sé si por la traducción) me parecieron un poco confusas.  Algunos diálogos los sentí un poco largos y reiterativos. Otra cosa que me empachó fue que al parecer la gente de los cincuentas no bebía más que cocacolas. Los personajes beben tantas durante toda la trama que hasta llegué a pensar que había una correlación entre esa bebida y la locura. Eso sí, al menos un par de veces se mencionan también las pepsis.

    Conclusión: La chica de al lado no es apta para personas sensibles.  Si superan la etapa tipo “Happy Days“, que equivale quizá al  40% inicial, no podrán dejar de leerla, los inducirá a un trance del que no podrán escapar, y los arrastrará junto con David a un estado de angustia indecible. 

    Pido disculpas si mi primera reseña les resultó un poco larga, pero necesitaba decir ciertas cosas de esta obra que realmente me encantó.  Intentaré conseguir más libros del autor para ver si mantiene este nivel que me ha dejado perplejo. Los dejo con esta frase de la novela (a ver si se arriesgan a leerla):

     “Hay cosas que sabes que morirías antes de contarlas, cosas que sabes que deberías haber muerto antes de verlas”.

0 comentarios:

Publicar un comentario